Tener presencia es ocupar un lugar. Tener buena reputación es merecerlo.
Una cosa es figurar, aparecer, ser visible. Otra muy distinta es ser respetado, valorado y confiable. La diferencia está en el fondo, no en la forma. Y cuando llega el momento de tomar decisiones –votar, contratar, comprar, confiar– la reputación siempre pesa más que la visibilidad.
Estar en todas partes no te hace relevante
En el mundo de hoy, muchas personas y organizaciones se obsesionan con estar presentes: en redes sociales, en eventos, en medios, en rankings, en conversaciones. Y está bien, la visibilidad es importante. Pero si no va acompañada de una historia sólida, de coherencia, de una identidad clara, esa presencia se convierte en ruido.
Hay quienes prefieren invertir todo su esfuerzo en verse bien, en parecer exitosos, en tener una narrativa bonita. Pero la reputación no se construye con maquillaje. Se construye con acciones que respalden esa presencia. Porque tarde o temprano, la visibilidad te expone, y si no hay sustancia detrás, lo que creías que era tu ventaja puede volverse tu debilidad.
Reputación: lo que queda cuando apagas el micrófono
La presencia es efímera. Puede ganarse con una campaña publicitaria, con una foto viral, con una aparición en televisión. Pero la reputación se sostiene en el tiempo.
No es raro ver cómo figuras públicas con gran exposición mediática pierden su reputación en cuestión de horas. Un escándalo, una mentira, un acto incoherente… y todo se viene abajo. ¿Por qué? Porque la reputación no se impone, se concede. Es algo que te dan los demás con base en lo que has hecho, no en lo que aparentas.
Un ejemplo claro fue el caso de Lance Armstrong. El ciclista tenía una presencia imponente: campeón del Tour de Francia, admirado por millones, símbolo de superación. Pero cuando se supo que había mentido y dopado durante años, su reputación se desplomó. El mundo le quitó lo que antes le había entregado: credibilidad, respeto, admiración.
En cambio, hay personas con menos presencia pero más prestigio. Voces serenas, coherentes, constantes. Que no necesitan alardear, porque su reputación habla por ellas.
¿Entonces qué pesa más?
Ambas cosas importan: estar presente y tener buena reputación. Pero si tuviera que elegir una, sin duda es la reputación. Porque es lo que permanece cuando se apagan los reflectores. Porque es lo que te respalda cuando otros hablan de ti.
No se trata de esconderse ni de volverse invisible. Al contrario, la visibilidad es una herramienta poderosa si se usa con propósito. Lo importante es que lo que muestras esté alineado con lo que eres. Que no solo te vean, sino que crean en ti. Y eso no se logra en un post viral, sino en la manera consistente en que te comportas cuando nadie está mirando.